A 13 años de la erupción que marcó al pueblo, el regreso de los chaiteninos a sus hogares, el museo de sitio que lidera Pro Cultura y la labor arqueológica y artística en la zona, cuentan la historia de la bella y ardua relación de nuestra especie con la geografía.
Tras una serie de fuertes sismos el día anterior, en la noche del jueves 1 de mayo de 2008 un volcán comenzó a hacer erupción en Chaitén; la nube de gases y cenizas no venía del Michimahuida, como creyeron los cuatro mil habitantes de este pueblo patagónico, capital de Palena, en la región de Los Lagos. Era un nuevo Volcán, o en realidad uno milenario, pero hasta entonces inactivo y desconocido para los chaiteninos.
El despertar del que ahora llamamos volcán Chaitén, a diez kilómetros del noreste del pueblo, irrumpió en la continuidad de un pequeño mundo fundado el 24 de agosto de 1933. Fue un acontecimiento que sigue marcando un antes y un después en la línea del tiempo. El lahar o flujo de sedimento que generó la erupción provocó el desborde del río Blanco, que pasó de rodear la ciudad a dividirla en dos. Las cenizas cubrieron Chaitén. Una imagen tomada por el fotógrafo Carlos Gutiérrez, que muestra las descargas de rayos sobre el volcán, recorrió el mundo. Las autoridades de la época ordenaron la evacuación.
“Se evacuó todo el pueblo, más de cuatro mil personas, se fueron el viernes pensando que el lunes o martes estaban de vuelta, porque en ese momento nadie tenía la información suficiente para saber lo que iba a significar, el río no se había salido aún”. Quien habla es la gestora cultural Constanza Gómez, directora de proyectos para la zona sur y la Región de Los Lagos de la Fundación Pro Cultura, y a cargo del Museo de Sitio de Chaitén, inaugurado este año y situado en una manzana que fue preservada por el Ministerio de Bienes Nacionales.
Allí además del nuevo edificio que acoge al Centro de Interpretación, la sala de exposición, otra multiuso abierta a la comunidad y las oficinas, hay nueve casas —la verdadera colección del museo, dice Gómez— afectadas por la erupción, invadidas y medio hundidas por las cenizas.
Las casas y la gente
En 2008 las autoridades declararon que Chaitén era inhabitable, se prohibió el regreso, el pueblo quedó vigilado, clausurado. Y se ideó el plan de construir una Nueva Chaitén en Santa Bárbara, diez kilómetros al norte de la ciudad original. Pero la gente no quiso, estuvieron tres o más años fuera de su hogar, y a partir de 2011, cuando el Gobierno aceptó reconstruir en el mismo sitio, comenzó el retorno; aunque algunos ya se habían instalado “ilegalmente” desde agosto de 2008.
El pueblo no era el mismo, había que rehacerlo, no todos volvieron, llegaron nuevos vecinos, hoy son alrededor de 3 mil habitantes en la zona urbana; el mar que estaba a un paso se alejó, empujado por los restos del volcán; el nuevo curso del río creó una zona norte y una sur, todavía sin un puente que las una.
El museo, sus casas, esas ruinas, son parte de la nueva historia de Chaitén. “El proyecto busca generar un levantamiento arquitectónico que nos diga cómo quedaron las casas y, al mismo tiempo, hacer una suerte de trabajo arqueológico, una especie de catastro del momento mismo del evento. ¿Estaban puestas las mesas? ¿Las ropas quedaron en los clósets? ¿La gente salió rápido o lento? ¿Qué cosas no se alcanzaron a llevar?”, explica Constanza Gómez. “Y en paralelo, queremos hacer una investigación sobre el patrimonio inmaterial, que tiene que ver con las familias, con las personas que habitaban estas casas. ¿Qué fue de ellas después del evento? ¿Cómo lo vivieron? ¿ En qué estaban cuando ocurrió? ¿A dónde se fueron evacuadas, dónde estuvieron viviendo? ¿Volvieron o no volvieron? En el fondo, poder documentar el sentir de quienes habitaban esta zona y tomarlo como una muestra de lo que fue la erupción para todo Chaitén”.
En un seminario web sobre museos dedicados a la representación de desastres, organizado por la Cambridge Disaster Research Network, Gómez contó que los niños de Chaitén, que no vivieron la erupción, sí la tienen en su memoria y la dibujan.
“Los niños que nacieron en los últimos doce años no tienen la imagen constante del mar, aquí a tus pies”, dice ahora Gómez. “Y eso causa un impacto importante en cómo se va construyendo la psicología local. Desde Pro Cultura hemos realizado algunos talleres que iban en busca de avivar o generar esa conexión entre los niños y el mar, fortalecerla”.
Los antiguos chaiteninos
Antes de este Chaitén y de estos chaiteninos hubo otros y otras, que también conocieron los zarandeos de una vida junto a volcanes y erupciones.
En 2008, cuando ocurrió la erupción, la arqueóloga y vulcanóloga estadounidense Karen Holmberg estaba terminando su doctorado en la Universidad de Columbia. Chaitén llamó su atención, la fascinó, la intrigó, primero, porque era volcanismo en un área arqueológicamente significativa. También, dice, por “los reportes de prensa sobre los residentes que evadían los bloqueos policiales para volver a entrar en sus hogares”.
Y, agrega Holmberg, por la famosa fotografía de Carlos Gutiérrez: “El rayo volcánico es un feincreíble. Plinio el Viejo escribió haberlo visto en el año 79 d. C, cuando el Vesubio destruyó Pompeya, en lo que es nuestra primera descripción escrita de ese fenómeno”.
Holmberg intentó venir a Chaitén en 2009, y no pudo. Sí lo hizo en 2016, gracias a un congreso internacional sobre volcanes que se realizó en Puerto Varas. Tras el encuentro, se organizó un viaje a Chaitén, y Holmberg se anotó. Ahí conoció a Constanza Gómez, que ya trabajaba junto a su equipo en el futuro museo de sitio, e hizo de traductora y en parte guía de los científicos.
“Uno de los días que pasamos en Chaitén —recuerda Holmberg— nos paramos en la costa, bajo la lluvia, y Constanza señaló el (morro) Vilcún e hizo un comentario al pasar, de que había arte rupestre allí, en una cueva”.
Holmberg se levantó emocionada. Muy emocionada. Todos en el grupo eran vulcanólogos; ella también, pero no solamente: “¡Yo soy arqueóloga! ¡Yo soy arqueóloga! ¡Llévame! ”, le dijo a Gómez. “Tengo una foto de ella señalando al Vilcún en ese momento, es un recuerdo que amo”, cuenta. “Nunca había oído hablar sobre arte rupestre en el área de Chaitén, y saberlo se sintió como si fuera un relámpago volcánico”.
Así nació “Las cuevas de Vilcún y el paisaje volcánico de Chaitén”, un proyecto transdisciplinario, financiado por la National Geographic Society, para investigar y conservar el patrimonio cultural y geológico de Chaitén, del que también es parte el museo de sitio. En el complejo de cuevas hay 47 diseños pintados en óxido de hierro rojo, 9 diseños tallados, depósitos de conchas, material cerámico y lítico, restos de fauna y restos de un niño.
Eso lo registró Holmberg en 2018, cuando volvió a Chaitén para comenzar la investigación. Venía acompañada por un equipo que incluía al artista multimedial colombiano Andrés Burbano, profesor de la Universidad de los Andes, en Bogotá.
“En el año 2018 recibí un e-mail de un colega que se llama Felipe Gaitán-Ammann, quien había estudiado con Karen en la Universidad de Columbia. Felipe sabía que yo trabajaba con documentación digital de sitios arqueológicos, y le sugirió mi nombre a Karen”, cuenta Burbano, quien fotografió al detalle el sitio para luego reconstruirlo en 3D, incluidas las imágenes en la roca.
“Fue una experiencia única trabajar con tecnologías de creación de imagen contemporáneas, imagen digital, fotogrametría, drones, para poder captar y traducir algo que es también una producción de imagen que se hizo hace 1500 años”, dice Burbano.
“Los humanos encontramos maneras de hacer imágenes con los medios que tenemos, y lo que te puedo garantizar es que esas imágenes que están allá, en las cuevas, muy posiblemente van a perdurar mucho más que las que estamos haciendo nosotros con estos medios digitales, que son tan perecederos”.
De ese trabajo conjunto entre Holmberg y Burbano nació “Double Sided Immersion”, inmersión de doble cara, una instalación inmersiva que se exhibe hoy en Alemania, en el Centro de Arte y Medios Tecnológicos de Karlsruhe —ZKM, por su sigla en alemán—, como parte de la exposición “Critical Zones”, curada por Bruno Latour y Peter Weibel.
La obra de Burbano y Holmberg tiene una versión web titulada “Topografía-Tiempo-Volcán”, son videos en 360 grados que permiten recorrer las cuevas de Vilcún y su arte rupestre, Chaitén y su entorno (se pueden ver en critical-zones.zkm.de)
Arte, volcanes, arqueología, viejos y actuales habitantes. Persistencia. ¿ Qué nos dice Chaitén sobre la condición humana? Lo que me llamó poderosamente la atención es el arraigo que tiene la gente al lugar”, responde Burbano, “Al punto de que, a pesar de que pasaron un momento tan difícil en la erupción del 2008, tengan un amor que los hace volver. Y una intención de construir una vida ahí.
Ese deseo es un rasgo distintivo de nuestros pueblos, de la humanidad entera, y es un testimonio que a mí me conmueve”.
Lo que el arte rupestre en las cuevas transmite es que las personas utilizaron esas cuevas e interactuaron con el área de Chaitén mucho antes de su reciente ocupación”, dice Holmberg. “Para mí, eso nos dice que los humanos han interactuado desde hace mucho en condiciones ambientales duras e impredecibles en América, con mucha menos ayuda tecnológica. Los humanos son resilientes”.
Chaitén —concluye— nos dice que somos parte de la Tierra. Me gusta que el volcán y la ciudad tengan el mismo nombre; a menudo es difícil notar a qué se refiere una persona cuando usa el término. Este tipo de complicaciones son útiles para mostrar cuán borrosas son las líneas entre ‘naturaleza’ y ‘cultura’”.
Fuente: El Mercurio